viernes, 28 de mayo de 2010

El tatuaje


"Yo quiero ser la cicatriz risueña y corrosiva,
marcada a frío, a hierro, a fuego,
en carne viva."
Chico Buarque
El calor me ofrece la oportunidad de la desnudez, con ella nace la conciencia de mi cuerpo. Me reviso, me observo, me aprehendo, me aprendo. Recorro cada palmo de mi cuerpo en busca de novedades y memoria. Pienso en la posibilidad de decorarme.
Hace algunos años, cuando comenzó la moda de tatuarse los brazos lo desee, pero mis poca musculosas extremidades no ofrecían el lienzo adecuado.
Mi padre lleva dos tatuajes en los brazos: un corazón y un ancla, indicativa de su profesión. A pesar de esto no ve con buenos ojos mi idea. De mi madre ni hablar. Pero no han sido sus opiniones lo que me ha detenido en el empeño, sino mi intolerancia a la tinta, tal cual.
En una ocasión me tatué el cuello con un mantra realizado en henna, poco me tardó el gusto, mi piel se reveló inflamándose hasta el extremo de hacerme parecer un monstruo. Tuve que vivir con la reacción alérgica por cerca de un mes, aunque la tinta se desapareció a las horas de haber sido colocada.
Años más tarde acudí a un bar en donde me sellaron la mano, como parte del ritual de acceso, idéntica situación, el dorso de la mano terminó pareciendo un enorme pan rústico, pero menos apetitoso.
Motivos suficientes para pensar si vale la pena intentar algo más permanente en la piel.
Ahora que Quien-duerme-a-mi-lado luce sendo tatuaje en la pantorilla, la idea ronda de nuevo por mi cabeza. Podré tatuarme, yo que rechazo la idea de un cuerpo tatuado, de todos modos lo estoy considerando. Me interesa un glifo maya, o mejor aún, tlaxcalteca, que representa nubes de tormenta, como mi vida...

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